martes, 25 de marzo de 2014

La mujer en poemas del siglo XVIII




La mujer ha sido, es y será un tema recurrente en la poesía. Los poetas a menudo encuentran a su musa en las mujeres de las que se enamoran, y la idealizan o le expresan su amor a partir de sus versos. En esta entrada vamos a hacer un pequeño recorrido por las mujeres que aparecen en algunos poemas que podréis encontrar en el libro “Poesía española del siglo XVIII”, de la edición de Rogelio Reyes, de Cátedra.


Estando reciente una poesía tan importante como es la de los Siglos de Oro, podemos encontrar poemas que recuerdan la delicadeza y el idealismo de Garcilaso, pero también la parodia burlesca de personajes como Góngora o Quevedo.

En primer lugar, resalta, como ya he mencionado, el hecho de que todavía se idealiza a la mujer en muchos poemas. En el Idilio VI a Galatea, de Gaspar Melchor de Jovellanos, vemos a la musa del poeta, una mujer sevillana, convertida en toda una diosa de la belleza por la que él suspira, aunque con ese punto de altivez que impide un romance con ella.



Veo que en tus mejillas

la rosa bermeja,

y el clavel purpúreo

tus labios son afrenta.

Juegan sobre tu boca

las risas halagüeñas,

y en el ebúrneo pecho

la cándida azucena

derrama su blancura.



En A una muchacha llorando por Ebn Al Rumí, los ojos azules de la joven nos recuerdan a la Dona angelicata de Garcilaso; una muchacha que no derrama lágrimas, sino perlas preciosas, como una flor del huerto que deja caer por sus hojas el rocío de la mañana.


Aunque muchos poemas van dirigidos a mujeres anónimas, encontramos que algunos de estos tienen destinatarias, como Galatea en el poema de Gaspar; Dorisa en el escrito de Nicolás Fernández de Moratín (A los ojos de Dorisa); o Laura en Un amante al partir su amada, de Nicasio Álvarez de Cienfuegos. Este último habla de la separación entre dos enamorados, en el que el poeta se siente desdichado por un amor correspondido, pero perdido.


Un tema muy recurrente tanto en este poema como en los comentados hasta ahora es el de los ojos. El autor dice: <<mis ojos para siempre la han perdido>>. Cree en el amor de ella hasta que la pierde de vista; es entonces cuando empieza a dudar y a preguntarse si será igual que las demás, para finalmente volver a creer en sus sentimientos sinceros.

Es curioso el contraste brusco que encontramos en este poema en el que tan pronto está idealizando a su amante como despreciando a las mujeres en general. El poeta cree que las mujeres son <<fáciles, caprichosas, inconstantes, y su amor es vanidad>>, <<tan prontas al querer como al olvido>>. Sin embargo, el amor lo hace ciego, y pone a Laura en un altar tan alto que llega a compararla con las mismas diosas, es decir, la perfección.


El Arte de las putas de Nicolás Fernández de Moratín, no se puede decir que se dé el tema de la degradación de la mujer, porque el escritor no hace ningún comentario ofensivo, al contrario. Tal y como dice el propio título, piensa que la profesión de estas mujeres es un arte porque es algo natural del ser humano por mucho que se intente reprimir. Algo interesante de este poema, es que al principio hace una invocación a la diosa, tan común en la literatura clásica, como podemos ver en la Iliada de Homero. En este caso, canta a la diosa del amor, Venus.


Por último, quisiera comentar el uso de la mitología en estos poemas, algo que también se utilizaba mucho en los Siglos de Oro. Ya en el poema de Jovellanos, veíamos que el autor utilizaba el nombre de una ninfa para hablar de su amada. Además, acabamos de ver que Moratín usaba incluso una invocación a la diosa Venus. En Acteón y Diana de José Antonio Porcel, encontramos una parodia de tipo gongorino de un mito que en manos de Garcilaso podría haber sido algo bello y enaltecido, pero que escrito con estas intenciones burlescas, más que suspiros nos saca risas. Al descubrir Diana que no solo ha sido vista desnuda, sino que además Acteón tiene una actitud chulesca y burlona (cosa que no pasa de ninguna manera en el mito), la diosa lo convierte en un ciervo que es devorado por sus propios perros. Para finalizar, el autor hace un par de comentarios jocosos tanto del hombre como de la mujer, asegurando que el primero es un bobo al dejarse hipnotizar por la hermosura de las féminas; y que la segunda deja al hombre pobre, bruto y cornudo cuando lo enamora.
Virginia Jiménez Delgado

1 comentario:

  1. Me parece un comentario muy atinado de la poesía del XVIII, que se considera como un puente muy complejo entre la poesía de los Siglos de Oro y la del XIX, por como bien mencionas, la diversa gama de sentimientos e incluso el humor que termina repercutiendo en las vueltas del lenguaje de cada verso.

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