miércoles, 26 de marzo de 2014

En Poesía española del siglo XVIII de Rogelio Reyes, destacamos una poesía lírica amorosa en los poemas Idilio VI de Jovellanos, Oda a los ojos de Dorisa de Fernando de Moratín y Un amante al partir su amada de Nicolás Álvarez de Cienfuegos. En estos poemas, nos vamos a concentrar sobre la representación de la mujer en el siglo XVIII.  Los temas recurrentes son el amor y la alabanza a la mujer bella que ama el poeta. La mujer es idealizada y aparece como una diosa y una musa. Los poetas se concentran en la descripción de una parte del cuerpo, que es el rostro, y se enamoran a través de los ojos de la dama. Los poemas son muy expresivos, lleno de lirismo y a la vez dividido entre la alegría y el dolor de la pérdida de la mujer.  Todo está concentrado en la mirada que fascina pero también aprisiona. En cuanto al estilo,  utilizan fórmulas exclamativas para expresar sus  emociones (felicidad, ira, exaltación, pena)  y frases retóricas ya que el poeta se dirige a una mujer que no le va a corresponder. También, recurren a muchas hipérboles, aparece la importancia de la naturaleza que es deificada y hacen referencias mitológicas. Otro punto común de los poemas que vamos a comentar seria la reacción del poeta al ver a la mujer: uno se queda mudo cuando el otro se atemoriza. Para los poetas, es la ocasión de celebrar la belleza y expresar sus sentimientos.
En primer lugar, en el poema  Idilio VI del poeta cordobés neoclasicista Jovellanos, imita a los poetas clasicistas italianos del siglo XVI. Al igual que Góngora del que se inspiró,  en sus poemas utiliza metáforas, lexemas y formulas retoricas.  La belleza se defiende por la sensibilidad y la subjetividad del autor, llegando así a una individualidad. En este poema, exalta la hermosura de la ninfa Galatea al despertarse. Sublima la ninfa al describir cada parte de su rostro con detalle: su frente “hermosa brilla”, sus cejas “negras”, el poeta expresa sus sentimientos: está enamorado de ella, no puede dejar de contemplar sus ojos que despierta en él una pasión ardiente: “absorta el alma mía” y “mis ojos  inflamados”. Sin embargo, el amor no es correspondido, ella es “cruda”. Retoma el mito de Anajárete, como en el poema de Garcilaso Oda a la flor Gnido. Jovellanos compara a la Galatea a la que le dedica los versos con la fría Anajárete, ya que su actitud es similar a la de la doncella del mito que se la convirtió en piedra.
En segundo lugar, en Oda a los ojos de Dorisa, de Fernando de Moratín, cuando el poeta cruza la mirada con la mujer, se le apreció el amor. Tuvo que someterse a su amor
“Quiso que al yugo
la cerviz rinda”
Se acordó muy bien aquella mañana iluminada porque cuando la ve se enamora de ella. Esta naturaleza revive, se colora, se perfuma. Cuando uno está enamorado, el amor transforma la vida. Todo lo que se ve y se escucha se vuelve en belleza. Hace referencia a Júpiter, las “centellas” le deslumbra por este amor.

“una mañana,
cuando ilumina
Febo los prados
que abril matiza.
Vi que con nuevas
flores se pinta
el suelo fértil,
la cumbre fría;
los arroyuelos
libres salpican,
sonando roncos,
la verde orilla.
Gratos aromas
el viento espira,
cantan amores
las avecillas »
Pero el poeta sufre porque el amor no es correspondido. Se dirige tanto a la dama como a sus ojos.  Le dice que si con un poco de suerte sus versos son reconocidos, el poeta la seguirá hasta el infinito, permitirán a la dama rendirla eterna y el amor que tiene por ella dará envidia al mundo entero.  
« Piedad, hermosas
lumbres divinas,
de quien amante
os solemniza.
Y si a mi verso
la suerte amiga
da, que en el mundo
durable exista,
aplauso eterno
haré que os siga,
y en otros siglos
daréis envidia.”
Y por último, en Un amante al partir su dama de Cienfuegos, es la despedida de Laura. El poeta suplica a los caballos de pararse para ver una vez más sus ojos y como la mujer tarda en inclinarse hacia la ventana, le insulta de ingrata. Es un poeta lloroso, dolorido por la ausencia de su amante que se ha ido por otro. Le queda nada más que el camino funesto por lo cual el carril ha pasado llevando a la dama. Esta con pena, infeliz y vuelve a lugares como el “prado”, que conoció para expresar su dolor y para acordarse de ella. Le ama con un amor sincero y le advierte de que los hombres son “falsos, pérfidos, traidores”. De nuevo, aparece la imitación de la naturaleza  que es testigo de su desesperanza y ve a la mujer hermosa que él no puede ver.

Sarah Dzair 

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